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¡Feliz el que al morir deja en el hijo
Un noble vengador! Del asesino
Que el padre le quitara, Orestes, fuerte,
Castigó dignamente la torpeza.
¡Oh tú, hijo mio! si, tu porte airoso
Y tu briosa edad lo garantizan;
¡Sé como él generoso y esforzado
Y la posteridad mas apartada,
Como al suyo, á tu nombre otorgue un lauro! »
— « ¡Oh sabio y noble anciano! ¡oh, le responde
Telémaco, de Grecia ilustre ornato!
El intrépide jóven vengó al padre;
El mundo todo ensalzará su gloria
Y vibrarán los himnos de esta hazaña
En los futuros siglos. ¡Oh si dieran
Tambien los Dioses á mi noble esfuerzo
Castigar los audaces que persiguen
Mi madre desdiehada, y que en su arrojo
Nuevos delitos sin cesar perpetran!
Mas, airados, los Númenes no otorgan
Ni á mi padre ni á mi tanta fortuna,
Y á su destino someterse es fuerza. »
— « Suave amigo, Nestor le contesta,
Ya que el primero aquesta llaga abriste,
¿Dí, podrá ser que nuevos pretensores
A la mano se atrevan de tu madre;
Que á tu despecho, en tu palacio mismo
Urdan vilmente criminales tramas?
¡Oh! fuera, dime, que con villanía
La frente á sus escesos inclinaras;
Ó de tu pueblo acaso el leal pecho,
Por siniestra influencia fascinado,
Se hubiera de tu afecto retraido?
¿Y por qué no esperar que el padre un día,
Valiente, ó con los griegos conjurado,
Vuelva á vengar sus menguas y las tuyas?
¡Oh si Minerva á ti se ínteresara,