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Y muerte nos dará. » — «¡Oh nó! otro añade:
Quizás como su padre, en rota nave
Muerte hallará lejos del patrio suelo.
¡Cuántas con tal ventura evitarémos
inquietudes y penas! su fortuna
Podrémos compartir, dando á su madre
Y al dichoso rival que ella escogiere
Este palacio como á mejor parte. »
Telémaco entre tanto el paso lleva
A una bóveda oscura, en donde estaban[1]
De cobre y oro lúcidos montones,
Ricas ropas y aceites olorosos.
Tocando las paredes, por hileras
Descansan los toneles siempre llenos
De vinos dignos de la mesa etérea.
Dispuestos allí estaban para Ulises
Por si un día tornar le fuese dado,
Y como galardon de sus trabajos.
Doble puerta que afianzan dos cerrojos
De depósito tal veda la entrada,
Y noche y día Euríclea incorruptible
Tan preciosa riqueza cela y guarda.
Telémaco la llama: « Euríclea mía,
La dice, de estos vinos deliciosos
Que tu fe guarda á tu infelice dueño
Por si un día, escapando á los destinos,
Volver puede á sus lares; sin demora
Llena doce vasijas y las tapa,
Y pon tambien doce medidas justas
De flor de harina, la mas pura y sana,
En odres bien cosidas y cerradas.

  1. Al parecer todos los monarcas de aquellos tiempos, tenían en sus palacios unas cuevas ó subterráneos en los cuales cobijaban sus riquezas. Esta costumbre no se ha perdido todavía; pues se sabe que contemporáneamente el Emperador Napoleon tenia doscientos millones de francos en oro, en las bóvedas de su palacio de Tullerias.