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Cuando yo un galardon tambien presente
Que contigo me deje satisfecho. »
Veloz, á voces tales, desparece
Volando, en ave hermosa transformada;
Mas al partir, desconocida fuerza,
Nueva entereza al corazon imprime
Del ilustre mancebo, y le renueva
Del padre ausente el eficaz recuerdo.
A tan inusitadas sensaciones,
Atónito, conoce la divina
Mano que le tocó, y, sin mas retardo,
Con ademan mas digno y mas altivo,
Hácia los pretensores mueve el paso.
Al pulsar de la lira canta Phemio;
Todos, mudos, le escuchan. Las tristezas
Canta con que Minerva afligir supo
El campo griego al desplomarse Troya.
Desde su estancia, solitaria y triste,[1]
De Ícaro, Penélope, hija casta
Ha escuchado los trinos lamentables.
Baja, y no llega sola, que sus pasos
Siguen dos dignas siervas. Al aspecto
De los rivales á su pecho odiosos
Se estremece y se para, pesarosa,
Del salon donde estan en los umbrales.
Un velo á pliegues con primor crespados
Sobre su rostro vuela; sus doncellas
A sus lados estan, llenos los ojos

  1. Este gran carácter de Penélope es una creacion de una sublie midad incomparable. No hay ni en antiguos ni en modernos un personage tan digno, tan tierno, tan elevado y sostenido. Asi es que al aparecer ella en la escena el cuadro se adigna, se levanta y hasta el mismo estilo toma una elocuencia que no se puede superar. Entonces es cuando parece imposible que hubiese ya, hace tres mil años, un escritor tal, y mas imposible aun que los modernos no se ruboricen de haber adelantado tan poco despues de un periodo de tal inmensidad.