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Tu escozor ostentar, no hay hombre alguno
Que lo censure si razon conoce.
Escúchame á tu vez para que un dia
En tu nacion, de tu familia en medio,
Contarla á ella puedas y á tus Deudos
Cuáles son de los Facios los talentos,
Lo que distinguir pudo á sus abuelos
Y lo que en fin, honrar podrá sus nietos :
Al disco y á la lucha no nos toca
Tal vez ponernos en lugar primero ;
Mas somos en correr los mas ligeros ;
Espertos en la mar y en los festines ;
A la armonía y baile apasionados,
Y en fin, gustando de elegantes trages,
De blandos lechos y de süaves baños.
Venid, venid airosos bailarines,
Ostentad vuestras gracias delicadas,
Haced que el estrangero vuestra familia
Lleve á sus lares; á sus deudos hable
Y estos primores vuestros les alabe.
A Demodocio devolvded la lira
Que colgada quedára en mi palacio. »
Un heraldo al instante esta ley cumple
Y se levantan nueve ciudadanos
Por el pueblo escogidos, cuyo cargo
Es presidir los juegos. A su órden
La liza libre queda. se separa
El pueblo y deja al baile libre campo.
Provisto de su lira encantadora,
Por el heraldo el ciego va guiado
Y se coloca en medio del gran circo.
Empiezan los danzantes: ¡cuánta gracia!
¡Cuál donaire! sus dulces movimientos
Admira Ulises con el ojo fijo.
[1] Ya Demodocio agita el süave plectro

  1. El plectro era un pedazo de madera ó marfil, rematado en arco, que servia para herir las cuerdas de la Cythara ó de la lira; era el equivalente del arco del violin.