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Los apoyos mas firmes; mis leales,
Mis sabios consejeros; hoy conmigo
Venid, y los deberes cumplirémos
De la hospitalidad. Venid; no pienso
Que ninguno se niegue a tal mandato.
Llámese á Demodocio sin tardanza,
El cantor por los Dioses inspirado,
Que sabe dominar á su albedrío
Nuestros pechos á un tiempo, y ensalmarlos.»
Cesa y al punto de la junta sale.
Los gefes de los Facios tras de él parten
Un séquito formándole vistoso.
Va un heraldo á buscar á Demodocio,
En tanto que los mozos navegantes
Ya en la ribera estan. Al mar arrojan
La nao, el palo en ella enderezando;
Los remos han y la vela ensanchan,
De modo que la nave, que llevaron
A una altura mayor, espera solo
La señal de partir. Dispuesto todo,
De Alcinó vuelven ledos al palacio.
Todos van acudiendo: ancianos, mozos,
El recinto y el pórtico llenando
Y hasta los mas remotos aposentos.
Inmola el rey doce corderos mansos,
Dos toros y ocho fieras jabalíes.
Debajo del caldero arde la llama
Y en los hornillos chilla; en breve todo
El dulce aroma del festín respira.
Protonio, heraldo, á Demodocio guía
El vate de las musas protegido
Que de bienes y angustias le colmaron:
Ellas el don sublime le cedieron
De hechizar á la vez almas y oidos
Con sus tiernas canciones; mas en cambio
De la vista del día le privaron,
Y sus errantes ojos van buscando