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De Alcinó a lado y cerca de Aretea
Aquesta ha reparado en el tejido,
En la túnica y manto que la hija
Sin duda á Ulises dió. Ella y sus siervas
Lo elaboraron todo: «¡Oh tú, estrangero!
Atónita le dice, yo primera
Interrogarte intento: dí ¿quién eres?
¿De qué nacion? ¿quién dióte aquestas ropas?
¿No me dijiste que, en la mar perdido
El acaso te echó á nuestras riberas?»
—«¡Oh reina! le responde, trabajosa
Y dura ley seria darte cuenta
De los males que el cielo me ha enviado;
Pero respondo á tu postrer demanda.
En un lejano mar está sentada
De Oygia la isla, que es mansion divina
De Calipso que fué del Atlas hija...
¡Rara Deidad, de ardid y astucia llena!
Ni con hombres ni Dioses comunica;
Yo el solo he sido que una suerte infanda
A su fatal asilo condujera.
Jove su rayo echó sobre mi nave
Y ella y mis compaieros perecieron.
Acogíme á una tabla del naufragio,
Nueve dias corriendo entre agua y viento.
Entre el horror de una espantosa noche,
Al décimo, los Dioses me arrojaron
En Oygia fatal. Allí Calipso
Me acogió con bondad, y cariñosa
En trueque de mi amor quiso ofrecerme
Vida inmortal y juventud eterna.
Insensible me halló. Siete años largos
En su reino pasé, regando siempre
Las ropas que me dió con llanto amargo.
Estando al principiar del año octavo,
O ley del cielo, ó que inconstancia fuese
Apresuró ella misma mi partida.