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Alcinó fuerte que sobre ellos manda.»
Dice, y llamando luego á sus doncellas
Esclama: «¿A dónde huïs de un estrangero?
¿Pensais que acaso un enemigo sea?
No puede haber ni habrá jamás mortales
Que á llevar se atreviesen la atroz guerra
A la feliz comarca de los Facios.
De los Númenes somos predilectos;
Del mundo nos separa un mar inmenso
Y con sus pueblos trato no tenemos.
Este es un infelice que el acaso
Arrojó á nuestras playas; nuestro esmero
Y el mayor interes le son debidos.
El estrangero siempre y el mendigo
De Júpiter estan bajo el amparo.
Por mas que leves sean las ofrendas
De la piedad, en recompensa llevan
La gratitud de aquel que las recibe
Y de los sacros Dioses el agrado.
Dadle sustentos y bebidas dadle,
Y conducidle á retirado sitio
En la orilla, del viento recogido,
Donde en su dulce paz pueda bañarse.»
Al oir la princesa, se detienen,
Se aquietan y se animan, y sin pausa
Al héroe un sitio indican en la orilla
Donde esté de los vientos guarecido.
Sobre la arena ponen un ropage
De lana, y una túnica y un manto,[1]
Dejándole iambien un frasco de oro.
Con aceite aromático, y le invitan
A que tome en el río un süave baño.

  1. Es digno del mayor elogio el ingenio con que el Poeta, desde tan lejos, le trae á Ulises los medios de cubrir su desnudez, haciendo que la princesa vaya a lavar las ropas de su padre. ¡Cuán poco sabemos nosotros en el día combinar nuestros planes con tal acierto!