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Y aqueste cargo sabes que en mi pesa.»
El nombre de Himeneo de su boca
No se atrevió á salir; mas cauto el padre
Lo adivinó y le dijo: «No rehuso,
Hija amada, ni el carro ni los mulos,[1]
Ni cosa alguna que apetecer puedas;
Lo que mas rico tengo en cosas tales
Al instante tendrás á tu albedrío.»
Al acabar ordena lo preciso.
Sale al instante el carro de su asilo
Y la princesa en él por propia mano
Coloca lo dispuesto al lavadero.
La reina trae en anchuroso cesto
Provisiones selectas, dulce vino
Y perfumado aceite en frascos de oro
Para que al baño sirva de la hija
Y de las siervas que allí van con ella.
Ya en el carro está Náusíca: una mano
La rienda tiene, el látigo la otra;[2]
Este chasquea, y relinchando el tiro,
El paso suelta, y con su igual carrera,
Carro, ropas, princesa y siervas lleva.
A la orilla del rio encantadora
Ya llegaron. En ella estan situados
Anchos algibes donde siempre mana
Una agua cristalina que, sin pena,
Las manchas todas dejará eclipsadas.
Desenganchados pacen ya los motos

  1. Parece que en Homero hay dos especies de carros; unos para la guerra y otros para los viages. Este iba siempre tirado por mulos, tenia cuatro ruedas y un gran canasto ó caja donde se ponia lo preciso para la jornada.
  2. Permitaseme aqui hacer reparable la vuelta de todo lo antiguo. Por el Prado de Madrid, los Campos Elíseos de París y el St.-James-Park de Lóndres se ven otra vez las Náusicas guiando elegantemente sus corceles; lo que prueba que, si se indaga bien, en el mundo no se hallará cosa alguna nueva.