Página:La Odisea (Antonio de Gironella).pdf/133

Esta página ha sido corregida
127

De los peñascos fieros y guijarros
Que consigo llevó. De aquesta suerte
El Pólipo al mirarse arrebatado
De su nidal querido, entre sus garras
Los restos lleva del pedrizco presos.
El triste fenecia si Minerva
Su valor no doblara y su prudencia.
Nadando busca como llegar pueda
A descubrir mas protectora playa,
Un puerto fácil contra las borrascas.
La embocadura, al fin, de un río alcanza
Que sin rocas, sin piedras, sin peligro
Dulce ribera ostenta, y cierto asilo
Contra los fieros vientos; reconoce
Su pando cauce y a su Dios potente
Dirige compungido esta plegaria :
«¡Oh, quien quiera que seas, tú que reinas
Sobre estas puras aguas! no desdeñes
Mis tristes votos: á tu seno vengo
Los furores huyendo de Neptuno.
Un ser prófugo, errante, perseguido,
Merece de los Dioses el amparo.
Por largos infortunios destrozado
A tí vengo, buscando un dulce asilo;
A tus plantas me postro; no me niegues
Tu divina piedad, y no rechaces
Las súplicas del triste que te implora!»
A tal lamento, el Dios minora el curso,
Las aguas entumece, y en su orilla
Recibe al infeliz. Arrodillado,
Ulises tiende las suplices palmas.
Desmayado el vigor, hinchado el cuerpo,
Amargas olas por la boca saltan;
Rendido, al fin, á tan atroz fatiga,
Cae sin voz, sin fuerza y sin aliento.
Mas así que recobra los sentidos
Quita del pecho el inmortal tejido