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A los vientos el paso y les impone
Calma y quietud, dejando al cierzo, solo,
De la region etérea el ancho imperio.
A sus helados soplos la mar fiera
Sus espantosas olas adelgaza,
Dejándolas inmóviles y quietas
Hasta que, de la muerte guarecido,
Del Facio Ulises bese ya la arena.
Dos largas noches, dos eternos dias
El triste corre sobre un monte helado
Y teniendo el morir siempre á la vista.
A la tercera aurora el cierzo calla
Y el mar se muestra en apacible calma.
Alza el héroe la frente, ve á lo lejos
La tierra ansiada y renacer parece.
Tal en el lecho del dolor tendido
Yace un padre infelice, devorado
Por la dolencia fiera, al golpe insana
De enemiga Deidad; al cabo siente
Que por sus venas la salud ha vuelto,
Que recobrando va el vigor usado,
La sonrisa aparece ya en sus labios
Y con deleite la alegría mira
Del grupo de sus hijos adorados.
De aquesta suerte renacia Ulises,
La vida y la esperanza recobrando.
Esa tierra, esos bosques le son gratos;
Nada con mas vigor para alcanzarlos;
Ya llega á punto tal que sus lamentos
Herir pudieran la pacible orilla;
Escucha ya los sordos estallidos
De las olas que mueren en los riscos
Y ve saltar sus espumosas chispas.
Mas ¡ay que no ve puerto ni ensenada
Que á los bajeles sirva de guarida!
Solo de roca brava y risco hirsuta
Una espantable y fiera costa mira;