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La coge, no la suelta, y en fin logra
A la vida ofrecer una esperanza.
Lleva la frágil tabla una ola airada
Y jugando con ella la sacude,
Cual hace el cierzo en el tardío otoño
Cuando levanta la dorada espiga
Y la va por el éter revolcando.
De tal suerte los vientos sin descanso
Al triste Ulises y su balsa tiran
Sobre las olas: ora Noto á Euro
Le envía furibundo; Bóreas ora
A Zéfiro le lanza de ira lleno...
En trance tal Leucótea, hija de Cadmo,
Ino cuando mortal, y ahora Diosa
Del mar profundo, ve del héroe el riesgo.
De su suerte apiadada, cual hiciera
El buzo Mergo, sobre el llano salso
Se levanta, y, parándose en seguida
Encima de la balsa: «¡Desdichado!
Dice, ¿cuál causa á tanto grado mueve
De Neptuno el furor? ¿por qué en tu frente
De tal modo descarga sus rigores?
Mas, por insanas que sus iras sean
Tú no perecerás. Ingenio tienes
Y seguir debes los consejos mios:
Arroja tus vestidos; abandona
A la mar y á los vientos tu armadía
Y dirígete á nado á la alta playa
De los Facios, do acaban tus desgracias.
Este inmortal tejido al punto toma;
Póntele sobre el pecho; nada temas,
Y cuando toques la anhelada arena,
Sin que vuelvas la vista, al mar le arroja.»
Dice, se lanza al agua y desparece.
Turbado Ulises, sollozando, esclama:
«¡Cielos! ¿si será aquesta todavía
Enemiga Deidad que me alucina?