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A la siniestra mano en su derrota.[1]
Por diez y siete veces cuenta el dia
Y solo el mar y el alto cielo ha visto;
Llegado, en fin a, al dieziocheno, mira
De los Facios los montes encumbrados
Y aquella estraña costa, que parece
Un broquel arrojado entre las aguas.
A punto tal Neptuno regresaba
De Etiopía, y pasando la alta cima
De los Solimos montes, ve lejano
Que el fuerte Ulises va la mar hendiendo.
Mueve furioso la arrugada frente
Y: «¿Cómo, dice, mientras á Etiopía llego
Los destinos de Ulises cambia el cielo?
¿Ya de los Facios toca las arenas
Dónde debe tinar su desconsuelo?
¡Oh, yo sabré arrojarle á nuevos riesgos!»
Junta á tal voz las espantosas nubes
Y la mar toda hasta en sus bandos senos
Turba al blandir de su tridente fiero.
Desargolla los vientos y tormentas,
Y súbito los cielos se revisten
Y cubren de vapores espantosos.
Bóreas, Zéfiro, el Noto, el Euro insano
Las olas se disputan, las agrupan
Y á montes uno á otro se las lanzan.
Siente Ulises flaquearle la rodilla,
El brío le abandona y sollozando:
«¡Ay qué será de mí, desventurado!
Esclama; ¡oh bien la Diosa lo anunciaba,
Al agorarme la mas cruda pena
Antes que consiguiera ver la patria!

  1. Quién le enseñaria a Homero la Astronomía aplicada a la Náutica con tanta perfeccion en tan remotos siglos? Cuán pocos son en el día, empezando por mi, los que tanto saben y lo aprovechan tan útilmente! Bajo este concepto, confieso que esta obra me deja á cada paso mas asombrado.