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De Júpiter me trae á tus dominios.
¿Quién, a no verse á tanto oonstreñido,
Atravesara aqueste espacio inmenso,
Ese árido desierto, que no ofrece
Ni ciudades que el ánimo distraigan
Ni sagradas ofrendas que le halaguen?
Mas de Jove á la voz todo se inclina;
No hay Dios ninguno que su ley resista.
Hoy, dice, que á tu lado, en tu morada
Gime el mas infeliz de los guerreros,
Que para complacer á los Atridas
En Troya, por nueve años combatieron.
La vuelta daban á sus dulces lares,
Cuando al décimo, en fin, la derrocaron;
Mas a Minerva incautos ofendieran,
Y la hija de Jove alzó los vientos
Y borrascas formó por tal agravio.
El valiente que aquí cautivo tienes
Vió perecer sus tristes compañeros
Y á tus rocas las olas le arrojaron.
Jove te impone que volver le dejes;
Su destino es morir entre sus deudos;
Verles le es dado aun y el patrio suelo
Besar y vivir ledo en su palacio.»
La ninfa á tal acento se estremece:
«¡Dioses zelosos, dice, despiadados!
¡A las Diosas vosotros los amores
Con los mortales envidiais, y ñeros,
De corage os llenais y de despecho,
Si á confesar se atreven su modesta,
Pobre y vulgar pasion y á unirse á ellos!
Cuando la Aurora en plácido connubio
A Orion se diera, vuestra envidia insana
Hasta en Ortigia persiguió al cuitado
Y allí le acabó Diana con sus dardos;
Cuando oculta en sus mieses, Ceres bella
A Jasion tenia entre sus brazos,