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Su creacion en ella depositan.
La vid, que encurva el grano purpurino,
Con sus cepas la gruta enrosca y viste.
Se ven cuatro abundantes manantiales
Que el agua cristalina á un tiempo lanzan,
Y copiosa la envían de continuo
Al verde prado que la flor esmalta.
Todo, en sitio tan dulce y delicioso,
El ojo encanta y á los Dioses mismos
Mansion tan bella pareciera grata.
Mercurio se sonríe al contemplarla
Y luego que la admira, satisfecho,
Entra en la gruta inmensa. De repente
Calipso le conoce, que los Dioses
Entre ellos, por distintos que se miren,
Descubrir saben la divina esencia.
No ve el Númen á Ulises; ¿cómo fuera
Si el triste, de las olas en la orilla,
Por su pesar roïdo, el pecho roto,
Las luces tiene, en llanto sumergidas,
Sobre el piélago inmenso siempre fijas?
La Diosa hace sentar al mensagero
Sobre un luciente trono y luego dice:
«Númen divino ¡Oh tú que sin medida
Amo y venero a un tiempo! ¿cuál motivo
Aqui te trae dó jamas viniste?
Habla, dí ¿cuáles órdenes te dieron?
Cumplirlas te prometo, si lo puedo.
Mas sígueme, que antes de todo es deuda
Satisfacer la ley hospitalaria.»
Una mesa le pone, y por su mano
Néctar en ella sirve y ambrosía.
Así que hubo el incienso respirado
Y bebido el licor: «¡Oh! Diosa, dijo
El veloz mensagero, tú al ministro
De los Dioses preguntas y su labio
Responderá sin traba: Un fallo eterno

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