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Que si tornado hubiere á sus estados
Con todo lo que en Troya le cupiera.
Allí, en fin, obtendrá ligeras naves
Que le conduzcan á la patria arena.
Tal es del Hado el inmutable fallo
Que el cetro le devuelve y el palacio.»
Obedece Mercurio: al pie divino
Ata el coturno de oro, inmortal joya
Que por tierras y mares le conduce
Con el rápido vuelo de los vientos.
Pone en la mano la dorada vara
Con la cual á los hombres cegar puede
O la luz devolverles á su antojo.
Parte; del Piero la gran cima salta
Y del centro del éter; parecido
A una de las aves, que sin tregua,
Hasta en el seno de la mar airada
El triste pez persiguen, y en las olas
Mojando van sus palpítantes alas;
El Dios sobre los mares se abalanza.
Rezando pasa el llano cristalino
Y llegando á la isla harto lejana
Deja el piélago azul, la orilla sigue
Y de Calipso al fin la gruta mira.
Ardia inmenso hogar: « Süave aroma
De incienso y cedro el aire embalsamaba
Y por la isla toda se esparcía.
Tirando una dorada lanzadera,
Un tejido sutil la Ninfa leda,
Trabajaba y vibrar la gruta hacía
Del son süave de su voz divina.
Está su hermosa cueva circundada
De deliciosa selva donde crecen
El álamo, el ciprés, el chopo airoso,
Que al mezclarse, dispensan sombra grata.
Diversas aves, el halcon, el buitre,
La corneja y mil otras que el mar aman