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Al ver que el divo Ulises, que cual padre
Reinar supo, es ludibrio de sus pueblos.
Siempre anegado en llanto; siempre en presa
A las angustias fieras; en los antros
Do la ninfa Calipso le sujeta,
Sin nave y remadores que le sirvan,
El Hado ve que el dulce hogar le cierra.
En fin, para colinar tantas miserias,
El hijo, sin igual en süaves dones,
Horribles monstruos á la vuelta esperan
Para despedazarle, mientras pio,
A Pilos fué y á Esparta á ver si puede
Hallar del padre las ansiadas huellas!»
— «¿Cuál discurso ha salido de tu labio!
¡Oh hija mía! Júpiter responde.
Tú misma, con los Dioses de consuno,
Decretaste que Ulises tornaria
Al hogar, sus ultrages castigando.
Guíale tú; tal facultad te es dada;
Salva al hijo tambien; que triunfar sepa
De todos sus escollos; que no quede
A sus contrarios mas que la vergüenza
Y que inultas sus tramas nose vean.»
La imperativa vista luego clava
En Mercurio y le dice «Tú, hijo mio,
Mensagero leal, vuela á la ninfa
Y que vea el decreto irrevocable
Que el Olimpo la envía. Salga Ulises
De aquella roca por sus fuerzas solas,
Sin que ni Dioses ni hombres le socorran.
En una frágil balsa, veinte días
Le llevarán á Esqueria, amena playa
Del país de los Facios predilectos
Que, despues de los Dioses, son primeros.
Allí obtendrá las honras divinales;
Allí, de cobre y oro y ricas sedas
Colmado se verá y de mas riquezas