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El ámbito llenó de Argo y Helada,
Este esposo perdí! ¡y el hijo tierno,
Cuya infancia no sabe las fatigas
Ni de los hombres el comercio sabe,
Espuesto va entre mares y borrascas!
Él es mas que el esposo todavía,
De mi dolor la causa; tiembla el pecho
Al funesto recelo de perderle,
En medio de las olas ó en las playas
De su tierna piedad le ha conducido.
¡Oh tú no sabes que, á su daño atenta,
Una turba feroz se ha conjurado
Para acabar sus días á su vuelta!»
—«El alma tranquiliza, le responde
La benigna vísion, y tus terrores
Rechaza con valor. Al lado suyo
Una potente Diosa, que los hombres
Quisieran todos obtener por guía,
Minerva sabia, por su vida vuela;
Ella está de tus penas condolida,
Y á consolarte su favor me envía.»
—«¡Oh, Penélope esclama, oh díme al punto,
Pues que Deidad te muestras y que oïste
De la Diosa la voz, el infelice
Que mi consorte fué, díme si vive;
Di si goza la luz del día claro,
O si en la tumba yace inanimado!»
—«No cabe en mi dar suelta á tus preguntas
Que al presente propósito son vanas,
Responde la vision; ó vivo ó muerto,
No esperes de mi labio otras palabras.»
A estas últimas voces desparece
Y lleva el aire su figura vaga.
La hija de Ícaro entonces, dispertada,
Siente que se dilata el triste pecho,
Y llena toda de vision tan cara,
Ya no encuentra en la noche pesarosa