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En tu propia belleza se ensayara.
Mas hija mía, vuélvete á tu estancia;
Tu rostro y manos con esmero lava;
Una túnica blanca el cuerpo adorne
Y con las siervas sola, tus plegarias
A la hija del padre de los Dioses
Con tus votos envía. Su clemencia
Devolver sabrá el hijo á tus deseos.
Emponzoñar no quieras á un anciano;
Es harto infeliz ya. No, no receles:
La estirpe noble del valiente Arcesio
Del furor de los Dioses no es objeto.
Un vástage á lo menos quedar debe
Que en este alcázar y su reino impere.»
Oficiosa, con este lenitivo
La pena amarga adormecer consigue:
En su estancia entra ya con sus esclavas
La reina, y con un agua cristalina
Se lava; viste cándide ropage
Y el pan sagrado en un cestillo puesto,
A Minerva estas súplicas dirige:
«¡Oh tú, de Jove predilecta prole,
Presta á mis preces atencion propicia;
Si alguna vez Ulises en tus aras
Quemó en este palacio un puro incienso;
Si víctimas en ella te inmolara,
Recuerda su piedad: El hijo salva
Y de su débil frente, compasiva,
Aleja los peligros que le amagan.»
Dice y la pena nuevo llanto escita;
Mas acoge la Diosa su demanda.
Entre tanto en las bóvedas inmensas
Renuevan el tumulto los rivales.
En los escesos de un demente gozo
Uno de ellos esclama: « Aquesta reina.
Que es el blanco fatal de nuestras ansias,
Sin duda á nuevo enlace se prepara;