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Sus rodillas flaquean... ya sus brios
La abandonan. Un llanto doloroso
Oscureciendo va sus luces bellas;
No encuentra voz el balbuciente labio
Y solo, con esfuerzo sobrehumano,
Formar puede estos débiles acentos
Que van saliendo con sollozo amargo:
«¡Oh Medon! ¿á qué fuera tal partida?
¿Cuál exigencia insana le ha llevado,
Sobre la frágil nave, incautamente,
A lidiar con horribles tempestades?
¿Será para que al fin, entre los hombres
Ni la memoria de su nombre quede?»
—«No sé si un Númen, le responde el siervo,
Le inspiró tan piadoso sentimiento,
O si concebir pudo por sí solo
Aquesta idea de correr a Pilos,
A saber si esperar puede el retorno
O del padre indagar el fin funesto.»
Con respeto se aleja á voces tales.
Densa nube de angustia cubre el alma
De la infeliz Penélope; no puede
El cuerpo entumecido hallar descanso
En los ricos sillones de su estancia,
Y solo sabe, en su dolor amargo,
Sobre el mármol tenaz de sus umbrales
Tenderse dando gritos lamentables.
Sollozan sus mugeres de su llanto
Y al fin, con voz por los suspiros rota,
De aquesta suerte exhala sus afanes:
«¡Oh amigas! escuchadme: No hay ninguna
De todas las mugeres que pasaron
Conmigo el brillo de sus verdes años,
Cual yo, ninguna tan desventurada.
Perdí un esposo cuyo altivo pecho
Un leon igualaba en valentía;
Cuya bondad, talentos y virtudes