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Ha corrido á ostentarlos á la reina.
Al verle en los umbrales de su estancia:
«¿Pues qué, Medon, esclama la cuitada;
Cuál nueva ley imponen esos viles?
¿A las siervas de Ulises tal vez vienes
A imponer que suspendan las labores
Para aprontar los sólitos festines?
¡Perversos! ¡ah pudiera ser aqueste
De sus infames votos el postrero!
¡Oh fieros, que aqui juntos, sin descanso
Del hijo amado devorais la hacienda!
¿Acaso vuestros padres no os dijeron
En vuestra infancia quién Ulises era?
Jamas una accion fea ó reprensible;
Nunca un acento censurable ó reo;
Nunca, como en el vulgo de los reyes,
Inmódicos caprichos; ni en los odios
Ni en la amistad jamas escepcion vana;
Jamas ultrage, en fin, ni demasía
Que ofendiera las leyes de Natura...
Mas vosotros en vuestros corazones
Respeto no sentís por ley alguna;
No encierran vuestros pechos ni decoro,
Ni conviccion de miramiento humano;
Y en fin, agradecer los beneficios
Ni la virtud honrar, no, no os es dado!»
—«¡Oh fuera, el sabio heraldo le responde,
De nuestras penas esta la mas dura!
Mayor desgracia nos amaga ahora:
Esos rivales... ¡pueda Jove eterno
De sus odiosas tramas guarecernos!
Esos rivales sorprender intentan
A Telémaco tuyo y darle muerte
Cuando de Pilos y de Esparta vuelva,
Donde el piadoso afecto le ha llevado
Del padre á descubrir la suerte amarga.»
A dicho tal la reina; desfallece;