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Saciado en fin de llanto, inmóvil quedo.
«Hijo de Atreo, entonces dice el Númen,
Pues tu desdicha irremediable miras
El llanto cese, que verterle es vano;
En tornar a la patria pensar debes.
Tal vez el monstruo vive todavía;
Tal vez tu vuelta Orestes ha previsto,
Y siempre al menos llegarás á tiempo
De apaciguar los Manes del hermano,
En su honor ofreciendo un holocausto
Sobre el hoyo feral del asesino.»
A tal idea mis alientos cobro
Y un rayo de alegría ensalma el pecho:
«Ya sé, dije al ministro de Neptuno,
Ya sé de Ayace el hado; ya tus voces
La suerte del hermano revelaron;
Mas el tercer amigo, el que ignoramos
Si vida goza, ó si en los mares vastos
Detenido se encuentra, ¿dó se halla?
Aunque recele el alma nuevas penas,
Su suerte á mi dolor no dísimules.»
— «Es, me responde, el hijo de Laértes,
El rey de Itaca triste; al llanto en presa
En una isla le vi, dó detenido
De la ninfa Calipso está en los lazos.
Volver no puede á su anhelada patria,
Que en su poder no tiene nave alguna
Ni remadores que á su ausilio vayan.
Tú, Menelao, no es la suerte tuya
Dejar la vida en los argivos campos.
Te llevarán los Dioses al Eliseo
Donde preside el rubio Radamante,
Donde estan los mortales virtuosos
Felicidad eterna disfrutando.
No reina allí la escarcha del invierno,
Ni las heladas nieves, ni las lluvias;
De Zéfiro los hálitos tan solo