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Ya el cabo de Malea había doblado
Cuando le acosa una tormenta horrible
Y le arroja al confin de sus Estados,
En la remota parte donde un día
Tiestes habitara, y donde ahora
Su hijo Egisto tiene su morada.
Mas ya tambien vencióse el nuevo riesgo:
Le daba el cielo favorables vientos
Y ya tocaba su anhelada playa;
Cuando, un espía en una punta aguda,
Por el pérfido Egisto allí apostada,
Por dos talentos de oro le vendía.
Esta atalaya, por un año largo
La presa vigiló; la ve y, ligero,
Vuela á indicarlo á su culpable dueño.
El monstruo ya la red tiene dispuesta
En que prenderle debe, y, escogiendo
Veinte de sus mas fuertes servidores,
Con funesta intencion los va emboscando.
Un banquete prepara en su palacio
Y, seguido de carros y corceles,
En escolta pomposa, mas el crimen
En el alma llevando, él mismo sale
El triste á conducir á sus festines.
A la muerte, emperó, le conducía;
Pues, sin que el infeliz lo recelase,
Le degolló en su mesa, cual el toro
Muere bajo el pesebre que le nutre.
De Agamenon todos los fieles mueren;
Los cómplices de Egisto tambien sufren
Suerte igual que cobijo el crimen fiero;
Todo, en fin, muere en tan infame techo.»
A narracíon tan negra y espantosa
Sentí rasgarse el pecho; las arenas
Sobre las cuales rueda el triste cuerpo
A Riego con llanto amargo; ya la vida
Truncar deseo y aborrezco el día.