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Mas tú en tanto revélame si todos
Los que en Troya quedaron, fuertes griegos,
Cuando Nestor y yo nos separarnos
A sus lares volvieron, ó si alguno
Halló en sus naves imprevista muerte,
O si, en fin, acabada tan gran lucha
Otros, en brazos de afligidos deudos
Pagar debieron el mortal tributo.»
—« Hijo de Atreo, me responde al punto,
¿Por qué tales preguntas? No te es dado
Mi mente conocer, ni interrogarme;
Teme que pronto tu curioso anhelo
Cruento llanto haga salir del pecho.
Muchos viven aun; otros murieron;
Dos gefes solos de la hueste griega
La muerte hallaron en su vuelta infausta,
Y tú fuiste testigo de una de ellas.
En sus naves Ayace ha perecido;
Sobre el inmenso risco de Girea
Neptuno le llevó para salvarle
De las tremendas iras de Minerva.
Ya libre del naufragio, á su destino
Escapar le era dado, cuando el labio
Sacrílego formó un impuro acento.
¡En su ceguera audaz esclamar pudo
Que sabría burlar el mar insano
De los airados Dioses á despecho!
Oyó Neptuno la jactancia impía
Y, á un golpe solo del tridente sacro
La roca hendió por medio: la una parte
Inmóvil se quedó; mas la otra, al punto,
En las olas cayó y cayó con ella
Ayace que en su pico descansaba;
Llevó la mar el cuerpo miserable
Y sepulcro le dió en sus cavidades.
Triunfaba tu hermano de su estrella ;
Juno le habla salvado del naufragio;