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LA ISLA DEL TESORO

lucha, cuerpo á cuerpo. Sí, entonces lo habría hecho, pero ahora, ¡rayos y truenos...!

En aquel punto cesó de hablar repentinamente, se quedó con la quijada inmóvil y suspensa como si se hubiera acordado de algo.

—¡La cuenta!, prorrumpió al fin; ¡tres pases de rom! ¡mil carronadas! ¡pues no había yo olvidado ya la cuenta!

Y dejándose caer en un banco, al decir esto, prorrumpió en una risotada tan sostenida que las lágrimas concluyeron por rodar sobre su rostro. No pude impedirme el imitarle, así fué que reímos juntos, una carcajada tras de otra hasta que la taberna resonó con los ecos de nuestras risotadas.

—¡Vamos! ¡pues bonita foca soy yo!, dijo al fin, enjugándose las mejillas; tú y yo haremos buenas migas, Hawkins, pues á permitírmelo el diablo cree tú que yo no sería más que pajecillo de á bordo, como tú. Pero ahora, ¡que le vamos á hacer! ya no es tiempo para pensar patrañas. El deber es lo primero, camarada, así es que voy á ponerme en seguida mi viejo sombrero montado y marchar sin pérdida de tiempo contigo á ver al Caballero Trelawney y á contarle lo que aquí ha pasado. Porque, acuérdate de lo que te digo, Hawkins, esto es serio, tan serio que ni tú ni yo saldremos de ello con lo que pomposamente llamaré crédito. Ni tú tampoco, dije... ¡vaya con el tonto! Los dos estamos ahora tontos de capirote. Pero ¡voto á San Jorge, aquel sí que supo hacerla con mi cuenta!

Y diciendo esto, comenzó á reir de nuevo con todas sus ganas y con tal fuerza comunicativa que, por más