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LA TABERNA DE “EL VIGÍA.”

otro, brincando agitadamente sobre su muleta, golpeando con la mano sobre las mesas y manifestando una excitación tal que hubiera bastado para convencer al juez más ducho y para hacer caer en el garlito al más avisado. Mis sospechas se habían de nuevo despertado con gran fuerza al encontrarme con el Black Dog en la taberna misma de “El Vigía,” por lo cual me propuse tener la mirada atenta sobre el cocinero de La Española y espiar sus menores movimientos. Pero aquel hombre era demasiado vivo, y demasiado zorro, y sobradamente astuto para mí; y así es que pronto me distraje con la vuelta de los dos sabuesos soltados en persecución de Black Dog, los cuales llegaban sin aliento confesando que habían perdido el rastro de su presa en una apretura de gentes y que se habían visto regañados como si fueran ladrones. En aquellos momentos habría yo puesto mi cabeza fiando la inocencia de John Silver.

—Mira tú no más, ahora, Hawkins, dijo este, aquí tienes, un compromiso para un hombre como yo. ¿Qué va á pensar de mí el Caballero Trelawney? ¡Tener yo, aquí, en mi misma casa, á ese hijo de un demonio, bebiendo mi propio rom! No más, ven y díme si no es diablura; y aquí mismo, á mis propios ojos le dejamos todos que tome las de Villadiego! ¡Rayos y truenos! Yo creo, muchachito, que tú me harás justicia con el Capitán. Tú eres un chicuelo todavía, pero vivo como un zancudo. Yo te lo conocí en cuanto que te puse el ojo encima. La cosa es esta: ¿qué puedo yo hacer con esta vieja muleta que es mi apoyo? Cuando yo comenzaba apenas mi carrera de marinero, ya habría sabido yo traerme á ese agua dulce por delante, mano sobre mano, y doblegarlo en una


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