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LA ISLA DEL TESORO

—Yo creo que estábamos hablando de estirar la quilla.

—Con que de estirarla, ¿eh? ¡Grande asunto por cierto! Es muy posible, sí...! ¡Anda, vuélvete á tu lugar, haragán!

Mientras Morgan se volvía á su asiento, Silver murmuró casi á mi oído, en un tono muy confidencial, que me pareció en extremo halagador para mí:

—Ese pobre Tom Morgan es todo un hombre honrado; solamente tiene la desdicha de ser estúpido.

Y luego levantando la voz de nuevo, prosiguió.

—Con que veamos,... ¿Black Dog?... pues no, no conozco ese nombre, no por cierto. Sin embargo, tengo cierta idea... sí, yo creo haber visto ya antes á ese agua-dulce por aquí. Entiendo que solía venir antes en compañía de un mendigo ciego.

—Por supuesto, le dije yo con seguridad; puede Vd. creerlo. Yo conocí también á ese ciego. Se llamaba Pew.

—¡Es verdad! exclamó Silver, en extremo excitado ya, ¡Pew! ese era su nombre, á no caber duda. ¡Ah! parecía un tiburón completo, de veras que sí! Así, si ahora cogemos á este Black Dog, ya tendremos noticias que enviar á nuestro buen Patrón el Caballero Trelawney. Ben es un buen galgo; creo que pocos marineros tendrán piernas más ligeras que él. ¡Rayos y truenos! yo creo que debería acogotarlo y traérnoslo aquí bien agarrotado. ¿Con que estaba hablando de estirar la quilla, eh? ¡No le daré yo mal tirón de quilla al belitre si me lo traen!

Todo el tiempo que gastó en disparar esa andanaba de amenazas, no cesó de recorrer el salón de un lado al