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DEL FIN QUE TUVO EL MENDIGO CIEGO

—Pew, le gritó, nos han ganado por la mano. Alguien ha registrado ya la maleta, de arriba á abajo.

—¿Está eso allí? preguntó.

—El dinero, sí, contestó el de arriba.

—¡Carguen mil diablos contigo y el dinero! lo que yo pregunto es si está allí el manuscrito de Flint, ¡bergante!

—Por lo que hace á aquí, no hay nada replicó el otro.

—Bueno, bajen Vds., y vean si está sobre el cadáver de Bill.

En ese momento, otro de los de la partida, probablemente el que se había quedado en la sala registrando el cuerpo del Capitán, apareció en la puerta de la posada diciendo:

—Bill ha sido ya registrado antes: nada han dejado sobre él.

—Han sido las gentes de la posada, ha sido ese muchacho. De buena gana le hubiera sacado yo los ojos, rugió el ciego Pew. No ha mucho que estaban aquí todavía: tenían el cerrojo puesto cuando yo quise entrar. ¡Á registrar, muchachos, á registrar y á encontrarlos!

—Lo único que nos han dejado aquí es su vela, dijo el de la ventana.

—¡Pues á la obra, á la obra! ¡á registrar y á dar con ellos! dijo de nuevo Pew, golpeando airadamente con su palo sobre el suelo.

Siguióse entonces una gran batahola, un vaivén indecible adentro de la casa; ruidos de pisadas toscas resonaban de un lado y otro; rumor de muebles arrojados al suelo; puertas abiertas á puntapiés, hasta que las rocas repitieron con sus ecos aquel ruido infernal. Vióse entonces á todos aquellos hombres salir al camino, uno tras 4