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CAPÍTULO V
DEL FIN QUE TUVO EL MENDIGO CIEGO

Mi curiosidad, empero, pudo más que mis temores: comprendí que el permanecer allí donde estaba no me traía más utilidad que la de pasarme agazapado, Dios sabe cuanto tiempo, por lo cual trepé como pude, una vez más al paredón del barranco y ocultando mi cabeza entre un sotillo de retamas pude colocarme en posición de dominar desde allí toda la parte del camino que pasa frente á nuestra puerta. Apenas había logrado acomodarme cuando los enemigos comenzaron á llegar en número de siete ú ocho, á toda carrera, golpeando con sus pies el sendero descompasadamente y trayendo al frente de ellos al hombre de la linterna, á pocos pasos á vanguardia. Tres hombres corrían juntos, cogidos de las manos, y yo comprendí luego, aun á través de la niebla, que el que formaba el centro del trío, no era otro que mi formidable mendigo ciego. Un momento después su voz me probó que no me había equivocado.

—¡Abajo la puerta! gritó.

—Bien, bien, señor! contestaron dos ó tres de los asaltantes los cuales se precipitaron en tropel sobre la puerta de la posada, seguidos por el hombre de la linter-