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EL FIN DE LA HISTORIA

un salto lanzando un grito ronco, apoyó el mosquete en su hombro, apuntó é hizo fuego, lanzando una bala que pasó casi rozando la cabeza de Silver y perforó la vela mayor.

Después de esto nos pusimos á cubierto tras la balaustrada de cubierta, y cuando, algún rato después, saqué la cabeza para verlos, habían ya desaparecido de sobre la eminencia de arena, y la eminencia misma se fué perdiendo poco á poco en la bruma de la distancia. Aquel fué, en realidad, el fin del drama representado en la Isla del Tesoro; y como á eso de mediodía, con indecible regocijo de mi ánima, la punta más elevada, la del “Vigía,” se sumergía, por fin, en la azul inmensidad del océano.

Nuestra tripulación era tan escasa que cada uno de nosotros tenía precisión de prestar su ayuda personal á la maniobra, excepto el Capitán que tendido á popa sobre un colchón, daba sus órdenes con toda propiedad, pues aunque ya muy mejorado de su grave herida, tenía aún que guardar una inmovilidad casi absoluta.

Hicimos proa á uno de los puertos más inmediatos de la América española, porque no nos era posible arriesgarnos á hacer todo el viaje sin tripulantes de refresco, pues aun en aquella corta travesía nos bastó tener uno ó dos días de malos vientos y unas dos fugadas recias para que casi todos quedáramos, como quien dice, fuera de combate.

Era precisamente la puesta del sol, cuando tiramos el ancla en un precioso golfo admirablemente protegido, y al punto nos vimos rodeados por lanchones de indígenas y negros y mestizos que vendían frutas y legumbres de toda especie y ofreciéndonos bucear, para divertirnos, por re-