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LA VOZ DEL ALMA EN PENA

—Pues ahora no tiene ya mucho de extraordinario, dijo Dick. Ben Gunn no anda con nosotros, es verdad, pero supongo que tampoco andará con Flint.

Los de más edad en la compañía recibieron la sosa observación de Dick con el más marcado desprecio.

—¡Y qué nos importa Ben Gunn!, exclamó Merry. Vivo ó muerto, aquí nadie le tiene miedo á Ben Gunn.

Era cosa sorprendente el ver hasta qué punto había vuelto el ánimo á sus corazones y el color natural á sus caras, poco antes lívidas. Poco rato después ya estaban charlando unos con otros, si bien todavía de cuando en cuando prestaban oído atentamente; más como no percibiesen ya sonido alguno, concluyeron por echarse á cuestas todos sus aperos y la caravana entera se puso de nuevo en marcha. Merry iba á la vanguardia llevando consigo la brújula de Silver á fin de seguir, sin desviarse, la línea recta tirada del Islote del Esqueleto. Jorge había dicho la verdad; vivo ó muerto, nadie allí tenía miedo de Ben Gunn.

Dick, sin embargo, todavía conservaba su Biblia en la mano, como un amuleto, y echaba en torno ojeadas llenas de temor; pero su cobardía no encontró ya prosélitos, y Silver no le hizo poca burla á causa de sus precauciones.

—Ya te lo había yo dicho, Dick, exclamaba el cocinero; ya te había yo dicho que tu Biblia estaba profanada, y si tal como está ya no sirve ni para jurar por ella, ¿qué fuerza quieres tú que tenga para libertarte de un espritu? ¡Ninguna por cierto!

Pero Dick no estaba para oir razones: la verdad es que, según ya noté, el pobre muchacho se estaba ponien-