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LA ISLA DEL TESORO

En cuanto á los otros estaban sobrado aterrorizados para que pudiesen contestar. Varios de ellos habrían emprendido una retirada á carrera abierta si se hubieran encontrado con valor, siquiera para esto; pero el miedo los hacía querer estarse juntos en torno de John, como si encontraran ayuda en el valor de éste. Silver, por su parte, había ya logrado sobreponerse bastante á su debilidad.

¿Spritu?, dijo. ¡Bueno! Podría ser. Pero noto una cosa que no me parece muy clara, y es que la voz del tal espritu ha tenido un eco. Ahora bien, yo digo que ningún hombre ha visto que las almas hagan sombra. ¿Cómo podía entonces su voz hacer un eco? Quisiera averiguar esto. Á mí, por lo pronto, no me parece natural.

Aquel argumento me pareció á mí bastante débil. Pero es imposible decir qué cosas afectarán á la superstición; así es que, con no poca sorpresa de mi parte, ví que Jorge Merry se mostraba muy consolado.

—¡Vaya! ¡pues de veras!, exclamó. John, Vd. lleva una verdadera cabeza sobre sus hombros, no hay duda en eso. Á propósito, camaradas: esta tripulación lleva su vela sobre una mala amura. Decíamos que esa voz se parece á la de Flint; un poco, digo yo; pero á esa distancia tan larga no era fácil juzgar tan bien del parecido. Puede ser muy bien la voz de otro...

—¡Por el infierno!, gritó Silver; ¡ese fué Ben Gunn!

—Ben Gunn ha sido, le ha acertado Vd., dijo Morgan incorporándose hasta ponerse de rodillas. ¡Ben Gunn y muy Ben Gunn!