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EN BUSCA DEL TESORO

Dijérase que no sabía otra canción más que esa y, la verdad, camaradas, desde entonces no es mucho lo que me divierte esa canturria. Hacía un calor horrible; la ventana del agonizante estaba abierta y yo podía oir clara, cada vez más clara, la lúgubre tonada que el hombre dejaba escapar, interrumpida por el hipo de la muerte, y ya con las sombras del cadáver sobre el rostro...

¡Vamos, vamos!, dijo Silver, ¿quieres dejar semejante conversación? Muerto está el hombre, muy bien muerto, y los que se mueren no vuelven, que yo sepa; ó si vuelven no pasean de día; á lo menos, estemos seguros. Se acabó el cuento: “¡entro por un caño dorado y salgo por otro, y basta!” ¡Adelante! ¡adelante que la hucha nos espera!

Diciendo y haciendo, partimos otra vez. Pero á despecho del ardiente sol y de la deslumbradora claridad, los piratas ya no marcharon separados, corriendo y gritando por la espesura, sino todos juntos, apretados unos contra otros y hablando con la respiración agitada. El terror del filibustero difunto había caído como una sombra densa sobre sus espíritus.