jugar doble; de intentar una reconciliación especial para sí; de sacrificar los intereses de sus cómplices y víctimas y, en una palabra, de hacer precisamente lo mismo que en realidad estaba haciendo. Me parecía aquello, á la verdad, tan claro, que no me era posible imaginar como podría él desarmar su furia. Pero lo cierto es que él solo valía doble, como hombre, que todos aquellos juntos, y que su triunfo de la víspera le había asegurado una sólida preponderancia sobre el ánimo de cada cual. Díjoles muy formalmente la mayor sarta imaginable de sandeces y tonterías, para convencerlos; añadió que era preciso de todo punto que hablase yo con el Doctor; les paseó una vez más la carta por delante de los ojos y concluyó por preguntarles si alguno se atrevía decididamente á romper los tratados el día mismo en que se les permitía ponerse ya en busca del tesoro.
—¡No! ¡por el infierno!, exclamó. Nosotros somos los que debemos romper el tratado, pero hasta su debido tiempo. Entre tanto yo he de mimar y embaucar á ese Doctor, aun cuando me viera obligado á limpiarle sus botas personalmente.
Dicho esto les ordenó que arreglasen el fuego y se lanzó afuera, sobre su muleta y apoyando una de sus manos sobre mi hombro, dejándolos desconcertados y silenciosos; pero más embotados por su palabrería que convencidos con sus razones.
—¡Despacio!, chico, ¡despacio!, díjome moderando la rapidez de mi marcha. Podríamos hacerlos caer sobre nosotros en un abrir y cerrar de ojos, si viesen que nos apresurábamos demasiado.
Ya entonces deteniéndonos con toda deliberación nos