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LA ISLA DEL TESORO

Y diciendo esto, arrojó en medio del grupo, sobre el piso, un papel que yo reconocí en el instante y que no era otra cosa que el mapa en pergamino, con las tres cruces rojas, que yo encontré en la tela impermeable guardada en el fondo del cofre del Capitán. Por qué razón el Doctor había pasado aquello á Silver, era problema que yo no acertaba á resolver.

Pero si bien, para mí, aquello no tenía explicación plausible, la carta fué en sí de un efecto increíble y mágico para los revoltosos. Todos á una saltaron sobre ella como gatos sobre un ratón. Pasáronsela de mano en mano, pero casi arañándose unos á otros para arrebatársela. Al oir los gritos, los juramentos, las carcajadas infantiles con que acompañaban su examen, se habría creído, no sólo que ya tenían entre las manos el oro codiciado, sino que ya se veían en alta mar, en posesión de él, y en completamente en salvo.

—Por supuesto, dijo uno; esto es de Flint, luego se ve. Aquí están sus iniciales J. F. y debajo una raya con un clavo atravesado encima, que era lo que él siempre ponía en su nombre.

—Todo esto está muy bueno, dijo Jorge, pero la cosa es que ¿cómo nos vamos á llevar la hucha si ya no hay buque?

—¡Jorge Merry!, gritó Silver poniéndose violentamente de pie y apoyándose con una mano contra la pared. Voy á hacerte una prevención á tiempo. Si sueltas una palabra más, tienes que salirte de aquí allá abajo y verte la cara conmigo, que tengo la certeza de aplastarte. ¿Cómo?... ¡Qué sé yo! ¿Tienes la insolencia de proferir lo que has dicho, tú, que con tus compinches has cau-