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OTRA VEZ EL DISCO NEGRO

John Silver echó una ojeada sobre lo que se le acababa de pasar, y murmuró:

—¡El disco negro! ¡Ya me lo esperaba! Pero ¿en dónde diablos han cogido Vds. papel! ¡Ah! ¡Vamos! ¡ya caigo! Aquí está el secreto: pero, chicos, esto es de mal agüero; han ido Vds. á cortar el papel de una Biblia. ¡Pues vaya que no podía darse nada de más tonto!

—¡Ah! ¿qué tal?, dijo Morgan, ¿qué tal? ¿No fué eso mismo lo que yo dije? ¡De allí no puede salir cosa buena!

—Tanto peor para los profanadores: ¡Vds. mismos se han condenado á la horca!, continuó Silver. Y á todo esto, ¿quién era el santurrón holgazán que tenía una Biblia?

—Era Dick, dijo uno.

—Conque Dick, ¿eh? Pues hijo mío, ya puedes encomendarte á Dios, replicó John. Creo que con esto ha concluído ya tu lote de buena suerte, puedes creérmelo.

En esto el pirata flaco oji-amarillento, saltó diciendo:

—Basta ya de charla inútil, John Silver. Esta tripulación le ha pasado á Vd. el disco negro, en sesión plena, y conforme á las reglas; Vd. no tiene más que hacer sino voltearlo como las mismas reglas se lo mandan y leer lo que hay escrito en él. Después podrá Vd. hablar.

¡Gracias, Jorge, un millón de gracias!, replicó el cocinero de La Española. Este muchacho siempre ha sido así para todos los negocios, vivo y enérgico. Además se sabe de memoria todas nuestras reglas, lo cual me complace en sumo grado. Pero, en fin, veamos qué es ello, con lo cual nada se pierde. ¡Ah! vamos: “¡Depuesto!” Eso es, ¿no es verdad? ¡Bonita escritura, hom-