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LA ISLA DEL TESORO

doble claridad de la luna y de la antorcha. Los demás estaban un poco inclinados sobre el de en medio, como si vigilasen ó atendieran con interés á lo que hacía. Pude notar también que el mismo hombre de en medio tenía en las manos un libro, y todavía no volvía de la extrañeza que me causaba ver en poder de aquellos piratas una cosa tan ajena de su carácter y costumbres, cuando el personaje arrodillado se puso de pie y todos con él comenzaron á desfilar de nuevo hacia el reducto.

—Ya vuelven allí, dije; y al punto me apresuré á volver á colocarme en mi posición anterior, porque me pareció indigno de mí el que me encontrasen espiándolos.

—Déjalos que vengan, muchacho, déjalos, exclamó Silver con un gran acento de confianza. Creo tener todavía un tiro en mi cartuchera.

La puerta dió entrada á los cinco hombres, juntos unos con otros en un apretado grupo; pero no dieron sino un paso adentro del umbral, y empujaron á uno de ellos, de modo que ocupase la delantera. En cualesquiera otras circunstancias hubiera sido en extremo cómico ver trastrabillar á aquel pobre hombre en su avance lento y vacilante y teniendo su mano derecha empuñada delante de sí.

—Avanza, muchacho, avanza, exclamó Silver; no creas que te voy á comer. Entrega eso, haragán; yo sé bien las reglas, puedes creerlo y no he de meterme á maltratar á una diputación.

Esto dió al pirata diputado un poco más de ánimo y pudo ya adelantarse más fácilmente. Entonces y cuando tuvo á Silver al alcance de su mano, pasó algo á la del cocinero y en el acto retrocedió con la mayor ligereza hasta el grupo de sus compañeros.