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LA ISLA DEL TESORO

vaina, sin que, durante todo el tiempo que estuvimos en espera, hubiera cesado de tragar gordo, ó como si hubiera tenido, según la expresión familiar, un nudo en la garganta.

Por último entró el Capitán, empujó la puerta tras de sí, sin ver á izquierda ni á derecha, y marchó directamente, á través del cuarto, hacia donde le esperaba su almuerzo.

Entonces mi hombre pronunció, con una voz que me pareció se esforzaba en hacer hueca y campanuda, esta sola palabra:

—¡Bill!

El Capitán giró rápidamente sobre sus talones y se encaró á nosotros. Todo lo que había de moreno en su rostro había desaparecido en aquel momento y hasta su misma nariz ofrecía un tinte de una lividez azulada. Tenía toda la apariencia de un hombre que vé un espectro, ó al diablo mismo, ó algo peor, si es que lo hay y, créaseme bajo mi palabra, sentí compasión por él, al verle, en un solo instante, ponerse tan viejo y tan enfermo.

—Ven acá, Bill, tú me conoces bien. Tú no has olvidado á un viejo camarada, Bill, estoy seguro de ello; continuó diciendo el recién-venido.

El Capitán exclamó entonces en una especie de boqueada penosa:

—¡Black Dog![1]

—¿Pues quién había de ser sino él? replicó el otro, comenzando á sentirse un poco más tranquilo. Black Dog, sí, que, lo mismo que antes viene aquí, á la Posada

  1. Black Dog significa “perro negro,” apodo que tenía el nuevo personaje.—N. d. T.