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ISRAEL HANDS

para hacer eso, ni es de mi gusto semejante tarea. Por lo que á mí hace, que se esté allí.

—Esta Española, Jim, continuó tratando de disimular, es un buque muy sin fortuna. Ya va una porción de hombres matados en pocos días, una porción de pobrecillos marineros muertos y desaparecidos desde que Vd. y yo tomamos pasaje á bordo de ella en Brístol. Nunca en mi perra vida me he metido en un buque tan de mala suerte. Y si no, aquí está ese pobre O’Brien; ya también se ha enfriado, ¿no es verdad? Bueno; pues lo único que yo digo es esto: yo no soy ningún estudiante y Vd. es un chicuelo muy leído y escribido que sabría sacarme de dudas, ¿El que se muere, se muere para de una vez, ó puede revivir algún día?

—Amigo Hands, le contesté, Vd. puede matar el cuerpo, pero no el espíritu; esto ya debe Vd. saberlo bien. O’Brien está ahora en otro mundo desde el cual puede que esté contemplándonos.

—¡Ah!, dijo él. Según ese pensamiento se me figura que matar gentes viene á ser casi... vamos al decir... como tiempo perdido. Con todo y eso, y por lo que yo tengo de experiencia, los espíritus no cuentan ya por mucho en el juego. Yo no les tengo maldito el recelo, Jim. Bueno; pero por ahora ya ha hablado Vd. como un dotor y creo que no se me pondrá bravo si le pido que baje otra vez á la cámara y me traiga de allá... pues... sí... con mil demonios, ¿por qué no?... me traiga una botella de... de... no puedo atinar el nombre... una botella de vino, vamos. Este cognac, Jim, es muy rasposo ahora y muy fuerte para mi cabeza.

Ahora bien, la vacilación del timonel me parecía muy