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LA ISLA DEL TESORO

lación y mi muerte era segura! El bauprés estaba sobre mi cabeza en aquel instante. Rápido como el pensamiento me puse en pie y haciendo un impulso desesperado salté haciendo desaparecer al coracle bajo el agua. Con una mano me había asido al botalón de foque, en tanto que mi pie estaba alojado entre el estay y la braza. Y todavía no había yo tenido tiempo de hacer el más pequeño movimiento para cambiar mi posición cuando el rumor apagado de un golpe me dijo que la goleta se había cargado hacia abajo acabando de hundir y despedazar el coracle y que, por consiguiente, allí quedaba yo, colgando entre cielo y mar, sin retirada posible de La Española.