y la corriente que volteó con lentitud á La Española hizo que ésta concluyera por presentarme su popa con la porta todavía abierta de par en par, y la lámpara sobre la mesa encendida aún á pesar de ser de día. La vela mayor colgaba, en aquel instante, desmayada y caída como una bandera. Nada, con excepción de la corriente, interrumpía la inmovilidad de la embarcación aquella.
Durante un rato, poco hacía, en lugar de ganar, iba yo perdiendo terreno; pero ahora, redoblando mis esfuerzos, comenzaba otra vez á estar más cerca de mi caza.
No me faltaban ya ni cien yardas para llegar á ella cuando el viento llegó otra vez con estruendo, hinchando la lona sobre las amuras de babor, y acto continuo se me alejó otra vez deslizándose, ondeando y casi volando como una golondrina.
Mi primer impulso fué de desesperación, pero el segundo fué de alegría, porque hétela allí que, describiendo una gran curva, La Española viene hacia mí hasta ponerse frente á uno de mis costados; y continuando la misma inesperada evolución, muy pronto la veo á la mitad, y luego á un tercio, y luego á un cuarto de la distancia que nos separaba hacía poco. Ya distinguía yo las olas que hervían bajo su gorja. ¡Qué enorme me parecía la mole de aquella goleta vista desde mi bajísima estación en el botezuelo!
Pero instantáneamente comprendí aquella situación y apenas si tuve tiempo para pensar y menos aún para ponerme en salvo. Estaba yo con mi coracle en la cresta de un alta ola y la goleta venía sobre la cima de la inmediata, abatiéndose sobre mí. ¡Un segundo de vaci-