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LA ISLA DEL TESORO

Pero no era eso todo. Como queriendo reunirse para arrastrarse juntos sobre una misma meseta de rocas, ó precipitándose al agua con estrépito formidable, percibí una multitud de monstruos marinos, colosales, viscosos, horrendos, que se me figuraron inmensos y blandos caracoles de dimensiones increíbles. Creo que había allí unos cuarenta ó cincuenta de ellos, haciendo retumbar los huecos de las rocas con sus espantables gritos.

Después he sabido que aquellos animales no eran sino focas ó becerros marinos, enteramente inofensivos. Pero su aparición en aquellos momentos, añadida á lo escabroso de la playa y á la violencia desusada con que se rompían las olas sobre ella, acabó por quitarme completamente toda gana de bajar á tierra en semejante paraje. Más que á desembarcar allí me sentí dispuesto á morir de hambre en medio del océano, por no afrontar aquellos peligros.

Pero lo cierto es que tenía en espectativa una oportunidad mucho mejor de lo que yo suponía. Al Norte del Crestón de Bolina, la tierra ofrece una larga prolongación que deja, á la hora de la bajamar, una cinta de arena amarillenta al descubierto. Al Norte de esa cinta, aparece otro cabo—el Cabo de la Selva, según lo marcaba la carta—sepultado literalmente en una masa de altísimos pinos que bajaban hasta la misma orilla del mar.

Recordé lo que había dicho Silver acerca de la corriente que se dirige hacia el Norte, siguiendo en toda su longitud la costa occidental de la isla, y viendo, por mi posición, que me encontraba yo dentro de aquélla, preferí dejar á mi espalda el Crestón de Bolina y reservar mi fuerza para una intentona de desembarque en el Cabo de