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EL REFLUJO CORRE

perceptible, lo que no impidió que casi al punto me sentí arrastrado contra la proa de la goleta. Pero, libre ya de sus ligaduras, La Española comenzó á girar sobre su propio eje, tornándose con lentitud á través de la corriente.

Trabajé como una furia, porque á cada instante esperaba verme sumergido, y tan luego como ví que me era imposible dirigir mi barquichuelo de modo de salir resueltamente del círculo que describía la goleta, preferí empujarlo en derechura hacia la popa. Por último me ví libre del alcance de mi peligrosa vecina, pero en el instante mismo en que imprimía el último impulso á mi coracle mis manos tropezaron con una cuerda ligera que la goleta iba arrastrando á popa, de sobre la borda. Rápida é instintivamente me apoderé de ella.

¿Qué fué lo que dictó ese movimiento? Me sería muy difícil explicarlo: fué, como antes dije, un acto de mero instinto; pero no bien tuve en mis manos aquel cabo y me cercioré de que estaba bien sujeto por arriba, la curiosidad comenzó á sobreponerse en mí á todo otro sentimiento y determiné satisfacerla, echando una ojeada al interior del buque á través de la ventanilla de popa.

Fuí avanzando una mano y después otra por la cuerda, y cuando me creí á buena distancia, no sin un inmenso peligro, me icé cuidadosamente hasta una altura doble que la elevación de mi cuerpo, poco más ó menos, lo cual me permitió pasear la vista por el techo y una parte del interior de la cámara.

Á este punto tanto la goleta como su microscópico apéndice se iban ya escurriendo con bastante velocidad sobre las aguas y no cabía duda de que nos hallábamos á la altura del campamento de los piratas. El navío, como