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EL REFLUJO CORRE

después de entrada la noche, en dirección del Sudoeste. Precisamente en el tiempo que yo gasté en reflexionar, vino una bocanada que cogió á la goleta, empujándola hacia la corriente y, con gran regocijo mío, sentí que la tensión de la guindaleza, que tenía aún cogida, disminuyó tanto que, por un momento, la mano con que la sujetaba se encontró sumergida dentro del agua.

Esto bastó para que yo formara mi resolución: saqué mi navaja, la abrí con los dientes y, con las mayores precauciones, fuí cortando, uno tras de otro, los hilos de aquella cuerda, hasta que la goleta quedó sostenida por dos únicamente. Entonces me detuve, esperando, para cortar estos dos últimos á que la tensión se aligerase de nuevo por otra ráfaga de viento.

Durante todo este tiempo no había cesado de oir voces que, partiendo de la cámara de popa, se elevaban en un diapasón bastante alto; pero á decir verdad, mi imaginación estaba de tal manera preocupada con otras ideas, que apenas si había prestado oído. Pero á la sazón, que ya tenía mucho menos que hacer, comencé á parar mientes algo más en lo que se decía.

Desde luego pude reconocer la voz del timonel Israel Hands, el antiguo artillero del buque del Capitán Flint. La otra era, por de contado, la de mi conocido el hombre del birrete rojo. Ambos estaban borrachos como una cuba, lo que no les impedía seguir bebiendo, pues durante mi escucha, uno de ellos, con un grito de ebrio, se asomó á la porta de popa y arrojó por ella un objeto que me pareció ser una botella vacía. Pero no solamente estaban bebidos, sino que pude cerciorarme fácilmente de que se encontraban en pleno estado de riña. Los juramentos