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CAPÍTULO XXIII
EL REFLUJO CORRE

El esquife de Ben Gunn, como yo me lo figuré desde antes, con sobra de razón, era un bote muy seguro para una persona de mi estatura y de mi peso, y tan ligero como boyante siguiendo su vía por el mar; pero era, al mismo tiempo, el más intratable y desobediente navichuelo que puede imaginarse para lo que se refería á su manejo. Por más que uno hiciera, él siempre se iba de lado, á sotavento, de preferencia á cualquiera otra dirección, así es que el ir siempre volteando y volteando era la maniobra que más se acomodaba con su naturaleza. Recuerdo que el mismo Ben Gunn me había dicho que su bote era extraño y difícil para manejar hasta que se le cogía el modo.

Y la verdad es que yo no le “sabía su modo.” Entre mis manos iba y volvía en todas direcciones excepto en la que yo necesitaba. Nuestra marcha casi constante era sobre un costado, y tengo la seguridad de que, á no ser por la ayuda de la marea, jamás hubiera logrado llevar el barquichuelo aquel á donde yo quería. Por mi buena suerte, por más que yo remaba, el reflujo seguía arrastrándome siempre hacia abajo, en la dirección precisa en