Gray y yo estábamos sentados juntos en el extremo opuesto del reducto, de manera de estar fuera del alcance de la conversación de nuestros superiores en consulta. Gray retiró la pipa de sus labios y no volvió á acordarse de llevarla á ellos nuevamente: tanto así lo dejaba atónito lo que veía.
¡Por vida del demonio!, exclamó, ¿se ha vuelto loco el Doctor Livesey?
—No, á lo que creo, le respondí. Me parece que de todos nosotros es él el menos expuesto á ese accidente.
—¡Cáspita, chico, pues si no lo está él, oye bien lo que te digo, debo estarlo yo!
—Es posible, le repliqué. El Doctor tiene su idea y, si no me equivoco, creo que va ahora á buscar á Ben Gunn.
Los sucesos demostraron que estaba yo en lo justo y racional. Pero entre tanto, como el reducto aquel estaba caliente como un horno y la arena de afuera ardiente como una brasa, con el sol de mediodía, comenzó á bullir en mi cabeza una idea de la cual no podía decirse como de la otra que era racional ni justa. Lo que me pasó fué que empecé á envidiar al Doctor marchando á la fresca sombra de los árboles, rodeado de pájaros y aspirando el fresco olor de los pinos; mientras yo estaba allí, asándome, con la espalda pegada á aquellos maderos que saturaban mi traje con su resina á medio fundir, rodeado de sangre por todas partes, en medio de tantos cadáveres tendidos á mi alrededor, y tanto pensé en ello que acabé por sentir hacia aquel lugar un disgusto que era casi tan fuerte como el miedo mismo.
Todo el rato que estuve ocupado lavando el interior
14