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LA ISLA DEL TESORO

mundo: agonizó todo el día, respirando fuerte y penosamente como el viejo filibustero cuando yacía víctima de aquel terrible ataque apoplético; pero los huesos del pecho habían sido despedazados por el golpe y el cráneo se había fracturado con la caída, por lo cual, al llegar la noche, sin voz ni estremecimiento alguno entregó el alma á su Hacedor.

Las heridas del Capitán eran graves, en verdad, pero no fatales. No había órgano alguno interesado con lesión mortal. La bala de Ánderson, que fué la que primero le hirió, había roto la parte superior del hombro y tocado ligeramente uno de los pulmones. La segunda bala le había nada más atravesado la pantorrilla rasgándole y dislocándole algunos músculos. Su restablecimiento era seguro, al decir del Doctor, pero entre tanto y por el espacio de semanas enteras, no debería ni andar ni mover su brazo, y aun de hablar debía abstenerse hasta donde le fuera posible.

Mi cortada accidental en los nudillos era un rasguño insignificante; el Doctor me curó poniéndome algunas tiras de tela emplástica y me dió un tirón de orejas por haber salido tan bien librado.

Cuando terminamos nuestra comida, el Caballero y el Doctor se sentaron en consulta al lado del Capitán, y cuando ya habían hablado cuanto tenían que decir, y siendo, á la sazón, cerca de medio día, el Doctor tomó su sombrero, se puso al cinto sus pistolas, depositó en su bolsa de pecho la carta del Capitán Flint, y poniéndose un mosquete al hombro y un sable á la cintura, cruzó la empalizada por el lado Norte y se aventuró vigorosamente en medio de los árboles.