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LA ISLA DEL TESORO

Los asaltantes se encaramaron sobre la empalizada como monos: el Caballero y Gray hicieron fuego una y otra y otra vez, y tres hombres de aquellos cayeron, uno, dentro del recinto de la empalizada, y dos hacia fuera, aunque de estos últimos uno parece que estaba más azorado que herido, porque no tardó casi nada en ponerse en pie y desaparecer en un abrir y cerrar de ojos entre los árboles.

Dos, pues, habían mordido el polvo, uno había huído y cuatro habían ya logrado entrar de pie firme en el recinto de nuestra defensa, mientras que, al abrigo de los árboles siete ú ocho hombres, cada uno de los cuales tenía evidentemente un surtido de varios mosquetes, mantenían un fuego vivo y nutrido, aunque sin el menor resultado, contra los muros de nuestro reducto.

Los cuatro que se habían arriesgado al asalto se lanzaron derechos sobre el edificio, animándose mutuamente con gritos, y sintiéndose alentados por los hurras de los tiradores del bosque. Se hizo fuego sobre ellos varias veces, pero se movían con tal rapidez y era tal la prisa de nuestros tiradores que no se logró que ninguna de sus balas diera en el blanco. En un momento los cuatro piratas habían trepado el declive de la loma y estaba ya sobre nosotros.

La cabeza de Job Anderson apareció en la tronera del centro gritando con una voz de trueno:

—¡Todos á ellos! ¡todos á ellos!

Al mismo instante otro pirata logró apoderarse del mosquete de Hunter cogiéndoselo violentamente por el cañón y descargó sobre aquel leal un golpe tan tremendo que lo hizo rodar en tierra sin sentido. Entre tanto, un