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LA EMBAJADA DE SILVER

nos. Vds. no pueden hallar ni hallarán ningún tesoro. Vds. no pueden navegar con esa goleta. Vds. no pueden batirnos. Gray, solo, pudo salir fácilmente de entre las manos de cinco de los suyos. Su navío está como encadenado, Maese Silver; Vds. están como varados en una playa de sotavento y muy pronto se convencerá Vd. de ello. Yo, pues, me quedo aquí, después de decirle lo que le he dicho, que es, por cierto, lo último que me oirá Vd. de buenas palabras, porque ¡por vida del diablo! la primera vez que vuelva á encontrar á Vd., Maese Silver, le meto una bala en la cabeza, como tres y dos son cinco. Pase Vd. de allí. Sálgase en el acto de este lugar, mano sobre mano, y despáchese pronto.

Silver era, en aquel momento, la estampa de la ira. Los ojos parecían salírsele de las órbitas, de indignación. Sacudió el tabaco fuera de la pipa y luego gritó:

—¡Déme Vd. la mano para levantarme!

—¡No por cierto!, replicó el Capitán.

—¿Quién de Vds. quiere darme la mano?, aulló dirigiéndose á nosotros.

Ninguno en nuestras filas se movió siquiera. Vomitando entonces las más horribles blasfemias, se arrastró sobre la arena hasta que tuvo á su alcance una de las pilastras del portalón de la cual se asió, y ya entonces pudo enderezarse y ponerse en pie con su muleta. Caminó en seguida, y con una acción despreciativa é insultante, bramó:

—¡Eso valen Vds.! Antes de que se haya pasado una hora, ya los pondré á Vds. á hervir como ponche encendido, en su estacada. Rían Vds., ríanse, ¡con mil diablos!, antes de una hora ya podrán reir en el infierno,