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LA EMBAJADA DE SILVER

su interlocutor y se puso á llenar su pipa con tabaco.

—Si es que Gray ha podido... comenzó Silver.

—Suposición excusada, interrumpió el Capitán. Gray nada me ha dicho por la sencilla razón de que nada le he preguntado. Y lo que es más todavía, antes que acceder, preferiré ver volar en pedazos á Vd. y á él y á toda esta isla bendita. Eso y nada más, mi amigo, es lo que yo opino de sus proposiciones.

Esa bocanada—perdónese la palabra en gracia de esta exactitud—esa bocanada de mal humor del Capitán, pareció enfriar bastante á Silver. Un momento antes sus palabras iban ya tomando cierto tono provocativo, que cesó ante aquella explosión como por encanto.

—¡Basta con esto!, dijo. No quiero más. No discutiré lo que caballeros como Vd. consideren dentro ó fuera de las reglas y del espíritu de verdaderos marinos. Entre tanto, y puesto que le veo á Vd. á punto de encender su pipa, voy á tomarme la libertad de hacer otro tanto.

Dicho esto, llenó, en efecto, su pipa y la encendió.

Durante un rato considerable aquellos dos hombres se quedaron silenciosos, sentados con la mayor calma, ya viéndose á la cara mutuamente, ya arreglando su tabaco, ya inclinándose hacia adelante para escupir.

—Veamos pues, resumió Silver; he aquí las cosas sin rodeos: Vds. nos dan ese mapa para encontrar con él el tesoro y cesan ya de fusilar á pobrecillos marineros, y de calentarse la cabeza aun en medio del sueño. Vds. hacen esto y nosotros, en cambio, les damos á escoger una de dos cosas: ó vienen Vds. á bordo con nosotros, una vez que el tesoro haya sido embarcado, y en ese caso les doy á Vds. bajo mi verdadera palabra de honor un afilavis (affi-

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