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LA EMBAJADA DE SILVER

sentándose en la arena como se le indicaba. Luego tendrá Vd. que darme la mano para levantarme, he ahí todo. ¡Bonito lugar, de veras, que se han encontrado Vds.! ¡Ah! ¡allí está Jim! ¡Santos y felices días tengas tú, Hawkins! ¡Doctor! ¡Vd. también!, aquí me tiene Vd. á sus órdenes. Y bien, todos Vds. están juntos, todos como en familia, por decirlo así, ¿no es esto?

—Amigo, dijo el Capitán, si ha venido Vd. para decir algo, me parece que hará bien en despacharse luego.

—Tiene Vd. razón que le sobra, Capitán Smollet, contestó el pirata. El deber antes que todo, no cabe duda. Pues bien, vamos al asunto: ayer nos han dado Vds. muy buen quehacer; muy buen quehacer, no lo niego, sí señor. Hemos visto que algunos de Vds. no se maman el dedo en llevando un espeque entre las manos, ¡vive Dios que no! Por lo mismo, no trataré de ocultar tampoco que algunos de mis muchachos se han bamboleado de miedo; quizás todos estén en ese caso; tal vez yo mismo no las tengo todas conmigo, y sea esa la razón de que me tenga Vd. aquí buscando un avenimiento. Pero sépalo Vd. bien, Capitán; esto no sucederá dos veces, ¡por vida del diablo! Tendremos que hacer nuestros cuartos de centinela, y no ir muy lejos en materia de rom. Puede que Vds. se figuren que nosotros no fuimos más que una hoja de papel lanzada en un remolino. Pero le diré á Vd.: lo cierto es que yo estaba bien en mis cabales; lo que me pasaba es que me sentía cansado como un macho de noria, y con sólo que se me hubiese llamado un segundo antes los habría cogido á Vds. en el acto mismo. Todavía á esa hora él estaba vivo, bien vivo, no le quepa á Vd. duda.